Review: Annette

Leos Carax vuelve a la carga con un musical inclasificable que rompe con los convencionalismos del género.

El equipo de Annette en la alfombra roja del pasado festival de Cannes.

Han pasado casi diez años desde su último largometraje y, el que fuera
enfant terrible, Leos Carax, nos invita de nuevo a su particular universo cinematográfico. Lo hace al ritmo de 'So May We Start' de los Sparks, saludándonos desde una tabla de mezclas –al más puro estilo Godard, uno de los grandes referentes de Carax– mientras presenta los personajes mediante un plano secuencia espectacular. Un pistoletazo de salida digno del genio francés.  

Tras este arranque de infarto, conocemos a Henry, un cómico siniestro que bajo el apodo de 'El simio de Dios' llena teatros con sus monólogos oscuros y macabros, cargados de provocaciones burdas pero comedidas, aceptables para un público que marca los límites entre lo que es correcto y lo que no, y que alimenta su ego cada noche de función. Su aspecto gigantesco y monstruoso contrasta con la belleza angelical y la delicadeza frágil de Ann, una diva de la ópera que goza de un gran reconocimiento y es adorada por su público con fervor. Ella muere noche tras noche, mientras él se dedica a “matar de risa”. Si Henry toca el cielo de la cultura trash popular, Ann hace lo propio con el sector más elitista de la exquisita ópera. Ambos extremos del espectro, sin embargo, parecen encajar de forma mágica al juntarse, como si la rudeza de uno se compensara con la suavidad de la otra, logrando un equilibrio impecable.  

Los personajes de Adam Driver y Marion Cotillard se funden en un magnético beso.

Y entonces, fruto del amor apasionado de la inconvencional pareja, llega Annette, baby Annette, un bebé con forma de títere al que sus padres manejan a su antojo. Y con Annette, el principio del fin. El declive de la pareja y también de la carrera de Henry, quien se ve superado por la paternidad y con el ego herido al ver que la carrera de su mujer toma el camino contrario a la suya. Es en este momento donde la ópera adquiere dimensiones de tragedia.  

 El personaje de Driver, cada vez más desatado y oscuro, encarna la masculinidad tóxica y el ego desmesurado de los artistas. Cuando empieza a perder el control y sus monólogos transgreden el límite de lo políticamente correcto, el público que antes lo vitoreaba no tarda en corregirle y darle la espalda. Una crítica clara de Carax a la audiencia del siglo XXI –a la que retrata como una masa necia y sin personalidad– y a la cultura de la cancelación, tan a la orden del día en el sector de la cultura y del entretenimiento.  

El títere que da vida a Baby Annette.

Adam Driver realiza uno de los mejores trabajos de su carrera. Su personaje, una completa bomba de relojería en manos de otro actor, es también el más jugoso de la película y Driver sabe cómo aprovecharlo. Verlo en acción es fascinante. El personaje de Cotillard no permite tanto lucimiento –en parte porque su tiempo en pantalla es más reducido– pero la francesa no decepciona y su rostro delicado ilumina la pantalla cada vez que aparece, como lo hacía el de Juliette Binoche en la fantástica Mala sangre. También realiza un buen trabajo el tercero en discordia, el actor Simon Helberg –al que no había visto más allá de su icónico rol en The Big Bang Theory– que resulta una agradable revelación.  

El director de Holy Motors toca muchísimos temas a lo largo de la cinta, algunos en mayor profundidad –los ya citados, la violencia de género y hasta la explotación infantil en el mundo del entretenimiento– y otros tantos más de puntillas, sin acabar de mostrar una posición definida en ninguno de ellos, limitándose a exponerlos. Pero si por algo destaca Carax –que se hizo muy merecidamente con el premio a mejor director en la pasada edición de Cannes– es por su capacidad de crear imágenes portentosas, de una belleza excepcional. Algunas hasta parecen sacadas directamente de un museo, como si de una pintura modernista se tratasen (la de Marion Cotillard personificando a Blancanieves, habiendo mordido ya la manzana envenenada).  


La película se rodea de un aura onírica, fabulística, pretendidamente simbólica. Lo hace a través de una puesta en escena y un decorado casi teatral y también abusando de los recursos que le ofrece el croma y los efectos especiales (la brillante escena del multitudinario concierto que emula el medio tiempo de la Super Bowl). Siempre con una iluminación sombría que acerca la historia más a una pesadilla que a un sueño.  

Todo este delirio a medio camino entre el rock y la ópera no sería posible sin la música de Sparks. El dúo de hermanos californianos compone las canciones que ocupan el 90% de los diálogos –pues prácticamente toda la película es cantada, salvo algunas líneas puntuales. Una misión complicada que resuelven a la perfección, con una colección de canciones únicas que seguiremos tarareando tras la proyección de la película.  

Como ya se ha dicho hasta la saciedad, con Annette no hay término medio, sus excesos y excentricidades no son del gusto de todos: o la amas o la odias. Por fortuna para mí, me encuentro en el primer grupo. Para quienes todavía no la hayan visto, el consejo es claro: mente abierta. Es un musical, sí, pero firmado por Leos Carax. Quien espere ver algo remotamente parecido a los musicales clásicos hollywoodienses se va a llevar un buen chasco, pero quien esté dispuesto a entrar en la mente retorcida de Carax se va a encontrar con una fábula maravillosa.

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