Review: Titane

 

Titane: coches, sexo y mucho fuego. Julia Ducournau encuentra la belleza entre los monstruos.


Agathe Rousselle en 'Titane'.

Corría el año 2016 cuando una joven francesa totalmente desconocida puso patas arriba el Festival de Cannes con su salvaje e irreverente ópera prima. Su nombre, Julia Ducournau. La película, Crudo, un coming of age que usaba el canibalismo como alegoría del despertar sexual y los cambios corporales de las mujeres en el paso de la adolescencia a la edad adulta. Desde la primera proyección nos quedó claro que el suyo no era un nombre que fuésemos a olvidar con facilidad. Lo que pocos esperábamos es que con su segunda película arrasara con el festival que la vio nacer y se hiciera con la codiciada Palma de Oro, tocando así el cielo del éxito para un cineasta.

Titane empieza con un accidente de coche –y es que de coches va el asunto–. Unos implantes de titanio a la cabeza de una niña le otorgan una conexión especial con ese metal. Tras este breve preámbulo y mediante un plano secuencia espectacular, conocemos a Alexia (Agathe Rousselle) en la actualidad. Con un aspecto andrógino y un cuerpo sensual y elástico, trabaja como bailarina erótica haciendo espectáculos encima de coches tuneados y enfrente de la testosterona de cientos de hombres que la miran con admiración impura. Por las noches, cuando el local oscuro y vicioso se vacía de toda alma, Alexia mantiene relaciones sexuales con nada más y nada menos que un automóvil, fusionando así el titanio de su cuerpo con el de la prominente máquina.

Sin revelar muchos detalles de la trama –para quien no la haya visto, merece ser descubierta paso a paso– la historia sigue a esa joven, convertida en una asesina en serie, que mata indistintamente a hombres y mujeres, siempre en un contexto sexual. Cuando la situación se le va de las manos y se ve obligada a huir, la joven psicópata adopta la identidad de un chico desaparecido años atrás.

Es en este punto de la película donde conocemos al personaje de Vincent Lindon –también llamado Vincent–, un jefe de bomberos torturado por los fantasmas del pasado y obsesionado con su cuerpo. Si el primer acto de la película se caracteriza por su brutalidad y sus provocaciones explícitas rozando lo gore, en este segundo se produce la irrupción de algo todavía más vertiginoso en el mundo de la protagonista: los sentimientos, el amor. Un amor inclasificable, en cierta manera ciego, no necesariamente romántico. El amor como necesidad y, en última instancia, como salvación. En Crudo el canibalismo servía como nexo entre dos hermanas que no tenían aparentemente nada en común. En Titane es esa necesidad de amar y ser amado respectivamente lo que une a los protagonistas

Vincent Lindon en 'Titane'.

Titane es lo que podríamos llamar “cine de sensaciones”. Ducournau ha dicho en varias ocasiones que su meta a la hora de hacer una película es transmitir una serie de sensaciones físicas extremas –hasta el punto en que ha habido espectadores que han tenido que abandonar la sala–. Lo consigue a través de los excesos viscerales, de planos tan desagradables como extrañamente fascinantes, visualmente excitantes. Poniendo la cámara en sitios incómodos y buscando la belleza plástica en la monstruosidad. La sensación que deja acabados los créditos finales es tan impactante y auténtica que uno no sabe si lo que acaba de ver es una maestría o una auténtica basura. Sin embargo, tras la conmoción inicial, surgen las capas y capas de ideas que Ducournau embelesa con sangre y fuego. Reflexiones sobre la identidad de género –un tema completamente a la orden del día–, que la directora contempla como algo fluido, cambiante, más allá de las ideas rígidas de nuestra sociedad patriarcal.

Reflexiones también sobre el cuerpo, seña de identidad, que Ducournau retrata con una fisicalidad cruda que puede recordar al cine de Claire Denis –porque Ducournau bebe de muchos cineastas interesantes, de Cronenberg a Carpenter, pero no desde la burda imitación sino desde la propia personalidad–. Los protagonistas se autoinflingen torturas porque sus cuerpos dejan de pertenecerles. Vincent se pincha esteroides para intentar recuperar la fuerza y la forma que solo otorga la juventud que él ya no posee. El cuerpo de Alexia está en constante cambio, se rompe a pedazos, no responde a sus necesidades. Ya en la nueva identidad, lo encierra y lo reprime con esas vendas adhesivas que suponen su liberación y su tortura al mismo tiempo.

Agathe Rousselle se eleva como una presencia magnética. Su rostro impávido y su cuerpo sufrido, delgaducho y martirizado, que se mimetiza tanto con la figura femenina como la masculina, es el compás de la película. Sin embargo, es la irrupción de un descomunal Vincent Lindon la que aporta afecto y sensibilidad a un primer acto artificioso, pero menos emocional. Su presencia sugestiva es el corazón de Titane, y la química explosiva entre los protagonistas hace que la película funcione y emocione.

A algunos les gustará y a otros no, pero Titane ha ganado la Palma de Oro y esto es motivo de celebración. Cannes ha premiado el cine extremo, revolucionario y transgresor. El tipo de cine que mantiene viva la llama de la cinefilia, porque sin riesgo se puede sobrevivir, pero no avanzar. Julia Ducournau decía en su discurso tras recibir la Palma de Oro que su película no era perfecta, que de hecho era monstruoso. Pero la perfección es un callejón sin salida y la normatividad una forma de opresión. A veces hace falta dejar entrar a los monstruos para darle sentido a nuestra existencia.

Julia Ducournau ganó la Palma de Oro por 'Titane' en el pasado Festival de Cannes.

 

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