Review: Martin Eden

Martin Eden es pura poesía visual, donde cada elemento encaja a la perfección. 


Luca Marinelli ganó la prestigiosa Copa Volpi en el Festival de Venecia de 2019 por su actuación
como  Martin Eden.

“Quiero ser como vosotros, hablar como vosotros, pensar como vosotros” dice Martin al principio de la película, sabiendo bien poco lo que esto realmente significa. 

Martin Eden es la mejor película del año. Y posiblemente esté hablando desde la ignorancia, pero ahora mismo se me hace difícil concebir que se haya estrenado una película más brillante que esta.

Es la historia de un marinero que, tras un incidente anecdótico, conoce a una joven aristócrata de la que se enamora instantáneamente. A través de ella, Martin descubre el placer del conocimiento y la cultura y, guiado por un instinto casi animal, decide convertirse en escritor –un camino nada fácil para un hombre pobre y sin educación.

El individualismo es la idea central de la película. Un individualismo que no debe entenderse desde los cánones del capitalismo, del que el protagonista se desmarca, sino como la búsqueda del "yo" a través de uno mismo. Martin vive desprendido de todo, pues reniega de la figura ilusoria y pedante del intelectual, curtido en las altas sociedades y sin conocimiento real del mundo. Pero tampoco abraza ideologías fervientes entre la clase obrera, como el socialismo, que ante sus ojos solo desemboca en otro tipo de esclavitud. Pero la película va incluso más allá. Nos plantea cuestiones muy interesantes en relación a la lucha de clases y pone en jaque la cultura como entidad moral. 


Martin Eden (Marinelli) y su enamorada, Elena Orsini (Jessica Cressy).


Martin Eden es, ante todo, una experiencia cinematográfica apabullante, un poema visual y sensorial. Formalmente impecable. Cada uno de los fotogramas de la película posee una belleza innegable. Y particularmente interesante es el montaje. El director introduce cortes de documentales propios o imágenes históricas que complementan la narración y nos introducen en ciertos momentos decisivos de la historia. Estos anacronismos se completan con el inteligente uso de la música, que va desde temas clásicos hasta canciones al más puro estilo disco. A través de estos elementos el director dota a la película de una sensación de atemporalidad.


La puesta en escena es elegante y cuidada, y la dirección de Pietro Marcello, sencillamente brillante. A pesar de la grandilocuencia formal del film, el director nos somete continuamente a primeros planos que tienen la atención puesta hasta el mínimo detalle y nos acerca más al complicado mundo interior de Martin. Durante sus más de dos horas de metraje, nos sumerge en un estado metaestable donde las emociones fluyen sin restricciones, nos golpea con la dureza de la realidad y nos maravilla con la belleza del mundo que retrata.


Y por supuesto, hay que hablar de Luca Marinelli, quien se alzó con la Copa Volpi por su colosal trabajo en el film. Desde sus inicios como un humilde marinero, su proceso de culturización y su introducción al mundo burgués, hasta su decadencia física y emocional tras haber alcanzado el éxito que tanto perseguía, el actor italiano resulta un auténtico tour de force. Tanto cuando está recitando los versos que escribe a su amada, como ya despojado de todo su optimismo jovial y cansado del mundo, Marinelli deslumbra con una sensibilidad meticulosa y con una sonrisa juguetona que se va volviendo amarga, nos destripa el corazón con su Martin de mil matices.


En la segunda mitad del film vemos a un Martin mayor y desgastado por la vida.

Tal vez no sea una película hecha para atraer a las grandes masas, no muchos se van a decantar por ir al cine a ver una película italiana de más de dos horas de un director apenas conocido fuera del circuito festivalero. Pero aquellos que lo hagan y que entren el mundo de Martin Eden, van a salir del cine siendo un poco más felices, pues esta es una película llamada a perdurar, al menos entre los afortunados que tengan el placer de disfrutarla.

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